A-B-C Diario
durante algún día de 1998 Buenos Aires
La lectura siempre es un estimulante de ideas remotas para redacciones abruptas
y paradójicamente desanima el esfuerzo
porque antes de escribir sabemos que no queremos decir lo que expresamos
y entonces nos perdemos en el enredo infinito
de la continua justificación de palabras no escritas reemplazadas por sonidos indoloros,
sin sentido ni coordinación exacta.
A ver ahora: por qué si ayer parecía tan sencillo la historia, conseguir la metamorfosis de la esencia a la palabra;
hoy esa facilidad se ha convertido en la insensata búsqueda de la armonía perfecta,
de certezas insólitas (¿históricas?), insinuándonos de a poco el sabor del fracaso,
las certezas (no insólitas) de que no encontraremos lo que estamos amando …
A menos que sea eso … a menos que amemos a los extraños (que extrañamos)
que sepamos que perseguimos lo que no conocemos y así, bueno,
soñamos con liturgias de ratos de beberlos, de verlos y escucharlos,
con ceremonias secretas de nunca lastimarnos.
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