Buenos Aires
Buenos Aires
Es irreal la fe de Buenos Aires.
Fantasmagórica su piel, su frío hiriente y suave.
Es material el gris que la convca,
que la aglutina y envuelve
y la hace nadie.
Las horas pasan en Buenos Aires
como si nunca quisieran llegar a la siguiente;
pero al final tan rápido se alejan
que se respira en el aires su opaco rastro alocado
de niebla transparente.
Hay en la novia del Gran Río
un andar propio, sensual, algo aniñado.
El viento tierno, halagador, besa sus manos,
se nutre del sudor que en la desidia
acompañó al verano.
No tiene fronteras
su belleza: es feroz, sofisticada.
Sus calles le conducen sangre espesa,
la gente le da un gesto de indulgencia,
de cierta ceremonia abandonada.
Es una reina Buenos Aires,
que ha perdido en su danza del tiempo
la corona; y ganó mañas.
Y se empeña la reina cada día,
en dejar en el lecho de su amante
la fiel memoria que cruel,
en diestras noches
le arranca como enferma,
descuidada.
Alegria
Es irreal la fe de Buenos Aires.
Fantasmagórica su piel, su frío hiriente y suave.
Es material el gris que la convca,
que la aglutina y envuelve
y la hace nadie.
Las horas pasan en Buenos Aires
como si nunca quisieran llegar a la siguiente;
pero al final tan rápido se alejan
que se respira en el aires su opaco rastro alocado
de niebla transparente.
Hay en la novia del Gran Río
un andar propio, sensual, algo aniñado.
El viento tierno, halagador, besa sus manos,
se nutre del sudor que en la desidia
acompañó al verano.
No tiene fronteras
su belleza: es feroz, sofisticada.
Sus calles le conducen sangre espesa,
la gente le da un gesto de indulgencia,
de cierta ceremonia abandonada.
Es una reina Buenos Aires,
que ha perdido en su danza del tiempo
la corona; y ganó mañas.
Y se empeña la reina cada día,
en dejar en el lecho de su amante
la fiel memoria que cruel,
en diestras noches
le arranca como enferma,
descuidada.
Alegria
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