Oda a la muerte desdichada

Buenos Aires

Desdichada y triste,
poseída y amada.
Virgen: su esclava paciencia la delata;
centenares de siglos y el tiempo nunca pasa.
Que hacer con su mórbida sonrisa, con su capa escarlata,
¿y el blanco y glacial frío que despiden sus alas?
Amante incansable de infinitos poemas distantes
y descoloridos,
con su fuego los quema.
Ha deshecho en su abrazo mil sonidos
centellea en su asombro un riesgo, siempre intuido.
Encantadora del sueño milagrosa y lúgubre,
son tus penas ajadas
como tu alma agitada.
Encuentras que el día se te hace interminable,
no tiene fin tu amarga estela obscura.
Buscame y seremos una.
Bésame y al fin no estaré sola.

                                                                                                                                                       Alegría

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